domingo, 6 de febrero de 2011

Cosas que decirte cuando no estás escuchando



Hoy te veo de espaldas sentada, puedo dibujar tus vertebras con la sombra de esa vela y tu pelo, enamorado del hombro donde descansa, tatuado de brillo caoba. Tus manos, manchadas de pintura, de ese óleo que has mezclado hace apenas unos minutos. Esa pequeña radio, regalo de niñez que te acompaña a todas partes, conectada a ti por un fino hilo negro que juega a encontrarse con tu piel, ahora se aleja, ahora te roza, subiendo por tu brazo, saltando el cañón rojizo de tu clavícula, alunizando en la superficie accidentada de tu oído.

Ahora que no me escuchas. Ahora que no me escuchas puedo hablar de esas cosas que no hablo cuando tienes puesta tu atención en mí. Contarte mis dudas y mis preguntas, aquellos pensamientos que rivalizan con la eterna gratitud que pareces tenerme. Y a veces si, se manifiestan, potentes y capaces, leñadores y ladrones. Es en estos momentos cuando me pregunto qué diría tu boca ante esta cucharada de incertidumbre, ante esta falta de claridad.

  Ante esta caricatura de lo que conoces. A veces me escondo tras mi sonrisa que se convierte en el más fuerte escudo. A veces te miro y recorro tu espalda acompañado de la luz. Ella va revelando cada curva, para finalmente cerciorarme de que no es de este mundo y que es prácticamente imposible que se conforme con la mía. ¿Cómo has llegado hasta aquí? No me mientas.

Después de cada golpe, de otro arañazo, parece prudente ir perdiendo ambición. Dime que no es la conformidad la que te hace dormir a mi lado. Dime que tu constancia no es tan tangible como la mía, pero tiene la misma fuerza. Dime que detrás de esta historia no hay ilusiones marchitadas.

Con tu mano derecha comienzas ese recorrido que me vuelve loco. Desde los mechones de tu flequillo hasta el cabello sobre tu nuca, que hoy está dejando ciertas briznas azuladas originadas por esa falda de terciopelo de la muchacha que dibujas. Pequeños jugueteos de tus dedos que deshacen los nudos de tu pelo, mientras se va deslizando, desenredado, cayendo al vacío. Cuento de nuevo los grados del ángulo de tu cintura (Praxíteles se moriría de envidia) incrementados por esa postura en la que todo el peso recae sobre tu brazo izquierdo. Prácticamente puedo dibujar una espiral enraizada en ese bello rubio casi imperceptible y mientras te contemplo, contengo el aliento, pues a veces tengo la sensación de que un simple susurro podría hacer que te desvanecieras.

Has comenzado a perfilar los pies de la chica, con precisión pero muy dulcemente marcas los tobillos, fabricas su empeine con pequeños movimientos de muñeca y por un momento mientras te contemplo, alagado por tu presencia, siento de nuevo ese arrepentimiento al recordar el día en el que con vigor me atreví a traspasar la barrera del eterno flirteo y con un par de “interrogaciones” te pregunté si creías que deberíamos estar juntos… Ya sabes que soy más valiente con un bolígrafo y un papel como armas pero me entendiste y con un beso en la comisura de mis labios cerraste una etapa, para abrir otra que nos transformaba a ojos de los demás, novios.

Ese arrepentimiento del que ha nacido un retoño inesperado, impredecible, ineludible, inexplicable, incuestionable. Miedo a acostumbrarme a tus caricias, miedo a que me toques y no se me erice la piel. Miedo a que todo aquello que me servía de inspiración se convierta en algo cotidiano y deje su magia de embelesarme. Miedo a que las palabras pierdan su valor a base de ser repetidas con demasiada frecuencia. ¿Cuántos “te quiero” entran en una semana? ¿Cuántos “mi vida” se pronuncian en un mes? Cuánto tiempo necesitan estas palabras para que la energía renovable de su propio concepto se recupere y vuelvan a ser lo que eran antes de entrar un este sample de diplomacias, en esta espiral de desgaste de la que no podemos o de la que no queremos salir.

Aquellas caricias universales, la yema de mis dedos esperando el magnetismo de tus lunares para cubrirlos. El orgasmo de tu comodidad y el éxtasis de mi literatura. De esas frases que te decía sin decirte nada, de esa vuelta de tuerca de la idea ya rizada. De esos sentimientos que chocaban contra nuestros oportunísimos diques para explotar en una vorágine de miradas, silencios y sonrisas, todas cautas, todas inmaculadas, vírgenes de lo físico, todo espiritual. Ellas nos alejaban de la mediocridad del piercing blanco en la sien, de la “patadita bailonga”, del San Serafín de los propósitos incumplidos.

Dime que nunca perderemos esto, dime que vivir en este paraíso de frutales perennes no nos aleja del disfrute de lo cotidiano, del más sencillo gesto, de la más normal de las conversaciones. Dime que aún tienes ilusión por escucharme hablar, que aún te conmueves con alguna de las estupideces que salen por mi boca, que tienes ganas infinitas de no hacer nada, a mi lado, o de hacerlo todo, conmigo. Dime que el tiempo hará estragos en nuestros cuerpos, pero dime que detrás de ellos, en ese interior que no puede diseccionarse con bisturí, tu elección aún brilla y no solo estás orgullosa de despertarte a mi lado cada día, sino que también sufres y sientes miedo cuando crees que he dejado de amarte durante una milésima de segundo.

Por hoy es suficiente, apagas la radio, te deshaces del laberinto de plástico de tus auriculares, guardas los pinceles con calma mientras tarareas los últimos segundos de la canción que estabas escuchando,  te desperezas, te levantas con una elegancia que es imposible que no haya sido ensayada, te giras y con solo una sonrisa me transmites más ideas y sentimientos que todo aquello que he pensado durante los últimos cinco minutos. No sé si es amor, pero si mi condena es no saber definir lo que sientes por mí, voy a tener que acostumbrarme a vivir en la mayor de las ignorancias…

…y ya sabes, la felicidad suele estar cerca de ella.


E.F.C.Q.T.A.S.V.


fotografía: Enrique García Macías
Modelo: Lina