Ley de vida vestida de eufemismos.
Llega sin avisar o con años anunciada.
Ruskin lo dijo sabiendo que acertaba.
Festín de vanidades y luego el suero insípido.
Vuelven a la tierra los tridentes y las sotanas.
Se pudren los cartones y los bolsos de Prada.
Millones y miserias se dan la mano aquí.
No distingue tu idioma, tu linaje o tu raza.
El sepulturero no entiende para quien cava.
Arrepentidos por todo aquello no realizado,
quizás entre gritos, los afortunados en calma.
Unos dejan dinero, otros, a quienes aman.
No hay Dios que no te regale el paraíso:
ayuna, sufre, mata, canta, reza, alaba.
Construimos mitos por miedo al mañana.
Sabemos que ha merecido la pena,
reflejados en párvulos con rodillas peladas
que sangran y festejan el éxito de la jugada.
Inútil es temer lo que ya nos ha vencido.
En la puerta de la misa esperando las campanas
vuelves a escabullirte, pero al tuyo no faltas.
Alguien se va y entre sollozos descubres
que no eres tú el que dormirá en la zanja.
Verás el sol durante años, tienes esperanza.
Y de repente la muerte, inquebrantable juez.
Ese grito indefectible que antes ignorabas
que tarde o temprano lo sabes, te reclama.
E.F.C.Q.T.A.S.V.