miércoles, 25 de enero de 2012

Decir "te quiero" con muchas palabras




   Los neumáticos traquetean sobre las bandas sonoras de la autopista y yo levanto la vista por un momento. Absorto en mi lectura no me he percatado de que tres filas por delante un cani ofrece su particular ritual reguetonero vía iPhone. Ese eslabón perdido de la evolución musical se encuentra en su zenit sonoro. Pun tapun ta, pun tapun ta, etc. El intérprete está haciendo una alusión a las nalgas de la que creo, es su chica… La señora inmediatamente delante se gira y muy amablemente le solicita al joven que reduzca el volumen de aquella obra maestra de la música vocal. Los vecinos más inmediatos al acontecimiento se giran sutilmente para contemplar la explosión verbal que parece avecinarse de la boca del malhumorado simio disléxico. “La señora le molesta la música, pues yo quito la música cojones”. “Gracias hijo”.

  Concluida pacífica e inesperadamente la reyerta observo en mi entorno las consecuencias de 400 kilómetros mañaneros ya rodados. A mi izquierda un excelentísimo doctor alcanza la hora en su última (que no primera) llamada telefónica. Espero que tenga tarifa plana o alguna oferta en plan minutos gratis, porque esta factura va a venir caliente. Tan caliente como su oreja que está cobrando un color rojo espalda quemada por el sol. “Mercedes, hazme caso, ese hombre se ha pasado por mi consulta diez veces este mes, deberías echarle un vistazo”. Si no fuera porque su mujer se lo está pidiendo por favor  desde el asiento junto a la ventana, yo mismo le pediría que colgase o que intentara bajar la voz. Para historias de médicos ya tengo Scrubs.

  En la cola del autobús un bebe rompe a llorar desesperadamente. La madre se afana en descubrir cuál es la causa de este berrinche. Tumbado bocarriba en el regazo de su progenitora no deja de patalear al aire mientras declama La Traviata al estilo párvulo. Aupado por las piernitas la mujer le olisquea el bajo vientre. Por la expresión de su rostro creo que ha dado en el clavo. Antes de que comience el cambio de pañales desvío la vista para centrarme por un momento en el paisaje que me ofrece la ventanilla. Hectáreas de olivos ordenados en una perfecta cuadrícula bañan los valles hasta donde mi vista puede alcanzar. Chozas de hormigón y tractores salpican el paisaje. Pequeñas figuras caminan bajo el sol cubiertas por sombreritos de paja. Un museo del folklore popular se desarrolla en ambos orillas de la carretera.

  Analizado todo el ecosistema en que me hallo inmerso y llegando a la conclusión de que no me aporta nada en absoluto. Decido volver a mi lectura, pero antes consulto la hora en mi móvil. Los últimos cinco minutos los he pasado observando mi alrededor, por lo tanto, desde la última vez que revisé el teléfono ha pasado una hora y veinte minutos. Me pregunto cómo es posible que el tiempo se me haya esfumado a tal velocidad y la respuesta la encuentro en La Sombra del Viento.

  No pretendo terminar el párrafo anterior de una forma metafórica con esas últimas cuatro palabras. Ese es el título de la novela que me acompaña estos días. Con las esquinas dobladas y una arruga horrible que cruza diagonalmente la portada examino la fotografía y el título sobre ésta. Que estúpido fui, criticando sin conocer, resoplando como cansado, cuando me nombraban a este autor y su obra. Que hipócrita por mi parte, yo, que me considero febril lector de cualquier conjunto de letras impreso que llegue a mis manos. Solo existe una razón por la que he descubierto esta obra maestra de “la literatura popular española” este “clásico contemporáneo”. Esa razón eres TÚ. No me has regalado un libro, me has regalado 580 láminas de oro; horas llenas de intriga, suspense, romance, humor y erudición. Me has regalado un gesto, una intención, un descubrimiento. Me has regalado otro recuerdo imborrable en el que compartes protagonismo con Daniel Sempere.  Quería aprender de ti y por este camino voy directo a la magistratura.


                                                                E.F.C.Q.T.A.S.V.M.M.